Una mañana como cualquier otra sonó el despertador, pusieron su canción favorita, se despertó con ánimo, con ganas de comerse el mundo. Se vistió alegre y cantando, recorrió la casa en busca de su pañuelo favorito, unas botas altas y su mejor bolso. Al salir de casa recorrió las calles de Sevilla con una amiga, tiendas y más tiendas. A la hora del almuerzo entraron en un restaurante, las dos amigas mantuvieron una amena y divertida charla, hablaron sobre todo, cambiaron millones de veces de tema, se lo pasaban bien juntas. Pero ese momento tan ideal acabaría pronto. Llegó el camarero y les preguntó qué les serviría, una de ellas se quedó paralizada, con los ojos bien aniertos, y no decía nada. Era como si hubiera parado su tiempo, hecha una estatua. Su amiga le cogió del brazo asustada y le preguntó que pasaba. Ella reaccionó, se levantó desesperdad, arrastrando la silla hacia atrás, y se fue corriendo a la salida como alma que llevaba el diablo. Llegó a su casa, se echó en la cama, unos segundos después de haber pensado se quedó dormida. Tras una larga siesta se despertó, tomó un café pero fue interrumpido. Llamaron a la puerta con fuerza, al abrir se quedó atónita, y sin palabras. Al instante recobró el aliento, después de un gran suspiro dijo: -¡¿Tú?!-. -Sí, yo...-.
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