jueves, 1 de diciembre de 2011

Microrrelato de lengua.

Una mañana como cualquier otra sonó el despertador, pusieron su canción favorita, se despertó con ánimo, con ganas de comerse el mundo. Se vistió alegre y cantando, recorrió la casa en busca de su pañuelo favorito, unas botas altas y su mejor bolso. Al salir de casa recorrió las calles de Sevilla con una amiga, tiendas y más tiendas. A la hora del almuerzo entraron en un restaurante, las dos amigas mantuvieron una amena y divertida charla, hablaron sobre todo, cambiaron millones de veces de tema, se lo pasaban bien juntas. Pero ese momento tan ideal acabaría pronto. Llegó el camarero y les preguntó qué les serviría, una de ellas se quedó paralizada, con los ojos bien aniertos, y no decía nada. Era como si hubiera parado su tiempo, hecha una estatua. Su amiga le cogió del brazo asustada y le preguntó que pasaba. Ella reaccionó, se levantó desesperdad, arrastrando la silla hacia atrás, y se fue corriendo a la salida como alma que llevaba el diablo. Llegó a su casa, se echó en la cama, unos segundos después de haber pensado se quedó dormida. Tras una larga siesta se despertó, tomó un café pero fue interrumpido. Llamaron a la puerta con fuerza, al abrir se quedó atónita, y sin palabras. Al instante recobró el aliento, después de un gran suspiro dijo: -¡¿Tú?!-. -Sí, yo...-.